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Jul 272018
 

Por Cristóbal Zapata

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En días pasados, el artista cubano Carlos Martiel (La Habana, 1989), uno de los invitados internacionales a la muestra oficial de la XIV Bienal, estuvo en Cuenca para reconocer el terreno y trabajar en su propuesta.

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Graduado de la Academia Nacional de Bellas Artes “San Alejandro”, Martiel estudió en la Cátedra Arte de Conducta, dirigida por Tania Bruguera y en el Instituto Superior de las Artes, el célebre ISA, que abandonó al segundo año. Quizá debido a esta temprana disidencia escolar, antes que el pedigrí académico a Martiel se le nota la hechura callejera. Habla como camina, con la misma prestancia y desenvoltura, sin poses ni afectaciones, sin perderse en neologismos ni teorías. No en vano, sus autores de cabecera son Eduardo Galeano y Osho (en cuyos escritos encuentra un filón y potencial político).

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Espigado y musculoso, de mentón y pómulos prominentes que acentúan su expresión severa y algo taciturna, Martiel tiene por momentos el aspecto de un púgil, de un boxeador que ha librado combates difíciles y que ha aprendido a devolver los golpes haciendo de su cuerpo un poderoso instrumento crítico. Pues en gran medida su obra es fruto de su fricción con el mundo, de su experiencia frontal, y muchas veces áspera con la realidad.

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La condición racial, la perversión de los fenómenos migratorios, la segregación y exterminio de las minorías étnicas, o los diversos mecanismos de exclusión implementados por el poder, los cuatro puntos cardinales de su trabajo, no solo que los ha vivido y padecido, sino que los ha hecho pasar por su cuerpo; ni los temas ni las soluciones formales que acompañan sus acciones los aprendió en las aulas, son más bien el resultado de una sensibilidad y una inteligencia despiertas, de un instinto poético personal. En este sentido cabe destacar –entre su ya voluminoso currículo artístico–, su acción Expediente (Museum of Fine Arts Houston, 2017) donde el artista yace boca abajo con los brazos cubiertos con plumas de palomas traídas desde Cuba, a manera de un Ícaro siniestrado en su empresa migratoria. Una pieza inspirada por donde se la mire.

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Donde va, Martiel pone el dedo en la llega e inflama las heridas manifiestas o latentes del entorno en el que actúa. Desde la vivencia profunda de su negritud y su memoria y experiencia migratoria, este artista hace de su cuerpo un campo de batalla, y pone al descubierto algunos lados oscuros y turbios de la historia y de la vida contemporánea; opera como un San Sebastián ecuménico, transnacional, cuyo cuerpo actualiza y resignifica en clave política el martirio y el dolor del cuerpo desplazado y segregado, perseguido y expoliado. No en vano, el mismo artista –que reside hace varios años en Nueva York–, atraviesa el mundo con un pasaporte jamaiquino, lo que da cuenta de su conflictivo estatus migratorio.

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La siguiente entrevista tuvo lugar en el Cinema Café, el sábado 5 de julio, cuando empezaba a caer la tarde morlaca.

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